A través del Espejo: Mayo

Por: José Antonio Polo Oteyza

 

La marea viene y las consecuencias están por verse, pero la cosa no pinta bien. No es una tendencia privativa del país y, además, a pocos parece importarle. Muchos festejan. Los partidos políticos que conocemos se contraen, se desangran, y el proceso no es lento. Tampoco es que sea una gran sorpresa. Se trata, desde hace ya algún tiempo, de instituciones autistas, ajenas a lo que le gente oye, ve y siente, plataformas necesarias pero vergonzantes. Quizá por eso, en la actual contienda, ninguno de los candidatos es, en ningún sentido del concepto, un hombre “de partido”. La absurda etiqueta de “independiente” está de moda porque en los partidos no hay carrera ni prestigio, aunque esto último sea un requisito perfectamente prescindible.

Hoy, los partidos tradicionales son poco más que permisos para obtener dinero y acceso a medios. Ha habido desde luego un deslave ideológico pero, a estas alturas, las ideas políticas son una floritura. Tampoco sirven ya como gestorías políticas y sociales, función encomiable o no, según sea el caso, pero ciertamente práctica y tangible. Por eso, en la estampida hacia MORENA, apenas se escuchan, tímidos, los reclamos por deslealtad. Y lo nuevo ya no es, faltaba menos, un partido. Los que arañan los costados de la nueva nave para alcanzar un espacio, un futuro, se inscriben ahora en la plaza pública, sede permanente de un movimiento inefable cuyo programa es un palimpsesto que se reescribe diariamente según la última proclama del líder. Pero MORENA es consecuencia y no causa del colapso de los partidos como instituciones de representación, gestión y negociación. Porque para eso servían, para acomodar y procesar “intereses”, una palabra poco amable en el nuevo diccionario político desde que se asocia en exclusiva al sector empresarial y a la mafia del poder. Y digan lo que digan los que ya aplauden ante el anunciado funeral, no fue poca cosa. Fue la idea del PRI la que permitió pacificar y desarrollar al país durante décadas. Y fueron también el PAN y el PRD, en tanto coaliciones en torno a ideas e intereses, contribuciones importantes a los mismos propósitos. Quizá, y solo quizá, cuando amaine la euforia, haya quien los extrañe.

Los cuatro candidatos tienen voluntad y una buena dosis de arrojo personal, pero no sólo no son hombres de partido sino que ninguno parece ser, tampoco, un hombre “de Estado”, apellido que tampoco lleva buena fama en el nuevo diccionario. Resulta curioso que en la época más violenta de nuestra historia moderna, aplique esta mojigatería lingüística. O pudiera ser, más bien, que lo pusilánime de nuestro lenguaje político tenga su correspondencia en el desastre del que emerge. A cargo de la obsesión neoliberal, ahora resulta que el Estado es, en el mejor de los casos, un estorbo, cuando no un sinónimo de represión y asesinatos, o las dos cosas, mientras que el crimen y la violencia se deben “atender” (una palabra predilecta en el nuevo diccionario) con diálogo, amnistías y becas. Pero entre esas dos ficciones, México se asoma a la ingobernabilidad. Como suele ser el caso cuando eso sucede, y cuando se extiende el miedo, asoma por distintos frentes la derecha. Desde el gobierno, que promulga una ley de seguridad interior que alterará el equilibrio civil-militar; o desde el PRI, que oferta rescindir derechos en la ciudad más importante y liberal del país; o desde MORENA y su alianza con un partido confesional de registro inexplicable; o, no podían faltar, desde las soflamas impertinentes de la iglesia católica; o desde la estupidez de considerar simpática la importación del código penal de un califato.

López Obrador ha convertido la elección en una extorsión, “yo o el tigre”, y la supuesta inevitabilidad se refuerza con encuestas y redes sociales, en las que desbordan las amenazas. Concluirán las primeras; las segundas, sea cual sea el resultado, no se van a apaciguar. En la vorágine, se calculan ya las probabilidades de una mayoría absoluta en la Cámara de Diputados (del 80%, según Mitofsky), lo que acomoda bien a alguien que no quiere ni puede dialogar, ni con los suyos ni con los demás. Por eso no acepta o cancela su asistencia a eventos sobre educación, con organizaciones sociales, en las universidades, desde luego con empresarios. Sobre estos últimos, patéticas resultan las lamentaciones de algunos representantes del “sector” que han medrado sin reparo, “soberbios y melancólicos”, egoístas incapaces de entender lo que significa la solidaridad en un país en el que el 40% de la población no puede adquirir la canasta básica. La “minoría rapaz” a la que se refiere López Obrador existe, y sabrán acomodarse, de ser el caso, a los nuevos tiempos, previas genuflexiones e indulgencias, en ese orden. Como parece que ya se acomodan algunos importantes medios de comunicación, más negocios que plataformas de libertad, adictos a la publicidad gubernamental, engolosinados con cañonazos del calibre de los tres mil millones de pesos que la SEP gastó en dos años de publicidad.

En cuanto al PRI, el cambio de dirigencia por un operador “tradicional” (que, por cierto, entregó la gubernatura de Guerrero al PRD), fue un paso tardío para regresarle el partido a los priístas. Para detener la sangría, la mira se ajusta hacia abajo, a contener las tentaciones que sus gobernadores pudieran tener hacia las otras dos opciones, y para competir por los espacios en el Legislativo. Por su parte, Anaya todavía puede reunir al voto indefinido y anti López Obrador. La distancia con éste es quizá menor que la que indican las encuestas. A saber…

Las personas por encima de los partidos; en lugar de una conversación, monólogos e insultos; y la violencia que se extiende y acumula. En abril hubo al menos 2,720 asesinatos, 25% más que hace un año, 90 diarios. Como es época electoral, también es temporada de cacería. Guerrero, que inauguró el mes con la CNTE vandalizando el Congreso del estado, encabeza la lista de políticos asesinados. En Zihuatanejo han matado a tres candidatos a la alcaldía.

Desde que inició el proceso electoral en septiembre pasado, va casi una centena de políticos asesinados en todo el país, incluidos 10 alcaldes y 34 candidatos a cargos de elección. A unos los matan y a otros los eliminan por miedo. Los partidos han solicitado al INE la sustitución de 341 aspirantes suplentes y propietarios por renuncias a candidaturas para diputados y senadores federales. A nivel local, van alrededor de 660 bajas para candidaturas a alcaldías y diputaciones. Está claro que el crimen organizado subió la exigencia por los puestos. Ahora los quiere todos.

Sobre el efecto de la violencia en comunidades, destaca un informe sobre Desplazamiento Interno Forzado Masivo en México. Durante el año pasado hubo 25 episodios que afectaron a 20 mil 390 personas en el país, en nueve estados. En todos hubo uso directo de la violencia: 17 de los 25 episodios fueron causados por grupos armados, tanto criminales como de autodefensas, aunque en ocasiones no sea posible diferenciarlos; 7 fueron causados por violencia política o conflictividad social y conflictos territoriales, y uno por un proyecto extractivo minero. Según el mismo informe, van 330 mil personas desplazadas desde el 2006 (Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos).

Va una intuición simple, y quizá obvia: resulta inútil distinguir, como solía hacerse en los recuentos gubernamentales, entre violencia criminal, política o social. Para comprobarlo, ayuda una mirada por algunas imágenes de nuestro bizarro caleidoscopio criminal durante el mes. Por ejemplo, el desarme y detención de la policía de San Martín Texmelucan, donde hace unas semanas pobladores casi linchan a un grupo de soldados; los cientos de atracos a trenes por parte de comunidades que, al igual que en el huachicoleo, se organizan para tomar lo que consideran suyo; o la rutina de los policías asesinados, ahora en la Ciudad de México, Guanajuato, Estado de México, Veracruz y Oaxaca, y los soldados asesinados en Guerrero; o la detención de un ex diputado y candidato a alcalde en Morelos por supuesta vinculación con una organización criminal; o el atentado terrorista contra el ex fiscal de Jalisco, con 19 heridos y un bebé calcinado; o el abandono de Tamaulipas, en donde es casi imposible llevar el recuento de enfrentamientos; o la detención del líder de un grupo de autodefensas en Michoacán vinculado al grupo criminal “Jalisco Nueva Generación”, posteriormente liberado por supuestas irregularidades en su detención y recibido con festejos en su comunidad; o el asesinato de un periodista destacado en Tabasco, de la reportera de “El Financiero” en Nuevo León y del reportero de “Excélsior” en Tamaulipas (para un total de 45 periodistas asesinados en el sexenio); o el caso de Nestora Salgado, que puede ser considerada secuestradora y candidata al Senado simultáneamente.

Lo que conviene no olvidar es que muchas de las malformaciones criminales que hoy reptan y depredan con inercias propias fueron prohijadas, mediante acción u omisión, por gobiernos locales o por el gobierno federal. Es el caso de algunos cuerpos de seguridad, de algunas autodefensas, y de más de uno de los mal llamados “carteles”.

¿Y después? Durante un linchamiento en Tabasco, la masa grita “viva Morena, muera el gobierno”. ¿Y si gana y se convierte en gobierno? ¿Y si no gana? ¿Cuál será el siguiente grito de la turbamulta?

Nota demográfica: Cada año nacen cerca de millón y medio de nuevos mexicanos. En 2018, sumamos 125 millones y, a este ritmo, para 2050 habrá 250 millones, lo que ”intensificará las carencias de grandes grupos de mexicanos”, máxime cuando hay más de 182 mil localidades con menos de mil habitantes, situación que dificulta su acceso a servicios básicos (Instituto de Geografía de la UNAM).